La división del Imperio no evitó el colapso, ya que los emperadores de Occidente no fueron capaces de frenar a los hunos, que invadieron violentamente el territorio romano. En el siglo V, dirigidos por Atila, atacaron a los pueblos germanos y los obligaron a buscar refugio en las tierras del Imperio romano de Occidente.
Los hunos avanzaron hasta la Galia, pero fueron expulsados tras la batalla de los Campos Catalaúnicos, en el año 451. En cambio, los germanos se asentaron definitivamente en el territorio del Imperio.
La convivencia entre germanos y romanos se hizo cada vez más difícil y surgieron numerosos enfrentamientos. El poder del los emperadores se había debilitado tanto que, en el año 476, el jefe germano Odoacro destronó al ultimo emperador del Imperio romano de Occidente, un niño de diez años llamado Rómulo Augústulo. De esta manera se puso fin al Imperio romano en Occidente.
Los reinos germanos
La organización territorial y política
Entre los siglos V y VII, el territorio que había ocupado el Imperio romano de Occidente se fragmentó en diversos reinos independientes. En la Galia se establecieron los francos; en Hispania, los visigodos y los suevos; en Italia, los ostrogodos y más tarde los lombardos; en Britania, los anglos y los sajones...
Cada reino estaba gobernado por un rey. Al principio, este era elegido por los nobles; como consecuencia muchos reyes eran depuestos e incluso asesinados por sus familiares, que querían ostentar al poder. Con el tiempo la monarquía se hizo hereditaria. Los reyes contaban con un consejo que los asesoraba en los temas de gobierno y los ayudaba a impartir justicia.
En algunos territorios, el poder militar recaía en los duques, que solían ser jefes de los pueblos que habían sometido. En las ciudades destacaban los condes y los obispos, que tenían mucho poder.
Los germanos se regían por leyes no escritas que se transmitían de forma oral de generación en generación.